Volvemos a nuestro hogar después de casi tres años. Poco a poco mi memoria reconoce el perfil de estas costas. Mi barco es grande pues desde la alta proa hasta la popa mide unos 8 metros y tiene algo más de 2 metros de ancho. Ahora surca alegre las aguas próximas a las Columnas de Melkart, las que los helenos llaman de Hércules.
Ayer dejamos atrás a Mainake. Pronto avistaré Gádir, ciudad rodeada de pequeñas islas fundada por fenicios, nuestros amigos y vecinos, que se dicen cananeos. Mas adelante, a unos 500 estadios de ella –a tan solo dos jornadas- aparecerá en el horizonte mi ciudad, Tartessos, la más rica y antigua de occidente, construida en una isla entre el mar y el lago que forma la desembocadura de nuestro río. Es también cabeza de un reino que se extiende por su valle, aguas arriba. Somos un pueblo de expertos navegantes desde lejanos tiempos.
Cuando siento cercana la tierra de mis antepasados siempre pienso que será mi último viaje pues cada día está el comercio más difícil. Pero sé que estas naves de Tarsis son la garantía de nuestro pueblo...Bien sé que cuando Tartessos no tenga naves, desaparecerá.
Esta vez vengo desde el extremo oriental de este mar que dominaron los griegos y nuestros vecinos los fenicios. Me siento pesimista. Aquellas aguas están más revueltas que de costumbre para unos pacíficos comerciantes como nosotros...
Bueno, la verdad es que ni la tripulación ni yo nos quejamos pues este viaje es, con todo, más seguro que el de trasponer hasta las Islas Casetérides a por estaño cosa tan necesaria para el bronce. Y eso surcando las aguas del Océano Tenebroso durante semanas, costeando más arriba de Olissipo. Y encima solo desembarcando para dormir... Y vaya clima: todo son brumas y fríos incluso en pleno verano, y...
Cierto que es todo un negocio, pero no es raro que tengamos que embarrancar o hundir nuestra nave de 20 metros si nos vemos seguidos de otra pues otros pueblos desean averiguar de dónde lo obtenemos. Y mira que inventamos peligros: que si corrientes, que si monstruos, que si caemos al otro lado del mundo...
Pero siento que a este negocio le queda poco. Me huele que tarde o temprano los púnicos se acercarán por nuestra costa. También saben de metales preciosos... Cuando mi barco pase cerca del santuario de la Luz Divina consultaremos a su oráculo sobre mis temores…
Los tartesios somos un pueblo viejo y sabio. Comerciamos con casi todo lo que podemos intercambiar. Ya sé que muchos nos tachan de intermediarios. Cierto, pero somos imprescindibles para otros grandes pueblos que temen o ignoran el arte de navegar. Y nuestro reino, aunque más pequeño en comparación con otros, crece y se puede comparar con los más avanzados pues tenemos un alfabeto propio, riquezas, dioses, oráculos y, naturalmente copiamos todo los que podemos de otros imperios orientales pues somos para ellos la llave de este lado del mar… por ahora.
¿Qué ven mis ojos? ¿Qué es aquello? Pueblos costeros arden. Mis compañeros creen divisar a lo lejos velas de las temidas naves cartaginesas. ¡Ay! los malos augurios se cumplen….Presiento que nuestro fin como pueblo ahora ha llegado.
de Paco Córdoba