Ya saben Vds. que mi esposa es de ascendencia íbera pero quiere una casa, sí, pero una casa “romana”, como las gentes “importantes” de Corduba y para eso la nuestra debe de tener una forma determinada. Vale… paso por su forma de decorar el patio, columnas, mosaicos, pinturas, etc, etc. pero que sus inquilinos también “se deben a unas costumbres”... eso me pone de los nervios.
Yo soy de los que digo que para comer hay que comer y dejarse sus rituales. Mi agitada vida me ha enseñado a ser práctico. La comida, lo que tiene que estar es sabrosa. Igual dará hincar el diente en el comedor (triclinium) que en la cocina. Es mi lugar favorito donde tranquilamente, a la 7 de la mañana, tomo el dasayuno (tentáculum). Así aguanto hasta las 11, hora del bocadillo (merenda).
No entiendo que cuando vienen mis suegros a comer tengamos que ser tan formales invocando antes a los dioses familiares y ceñirnos en la frente una corona de laurel o de hiedra. Lo que logramos con tantas vueltas es que la comida se enfríe...
Y encima no puedo beber cuando me dá la gana, pues resulta que tenemos que nombrar tras una tirada de dados un árbitro de la bebida que decidirá cuándo y cuántas veces se bebe. Es injusto: mi cuñado no bebe, con lo cual, si le toca de árbitro casi no pruebo el buen vino de mi bodega. Y si le toca al borrachín de mi suegro resulta que se pasa la comida brindando, con lo que suelo terminar absolutamente ebrio...
Mi suegra disfruta y se demora saboreando los aperitivos (degustatio) y aprovecha para indicar a su querida hija que debo comer con la punta de los dedos como prueba de buena educación y buen gusto. Si ya el almuerzo (cena) comienza pasadas las 3 de la tarde cuando llegamos al plato fuerte (caputcenae) ya no tengo hambre y solo espero que quede algo de garum, o bien el postre (secundae mesae) para levantarme...
La sobremesa (comissatio) suele ser pesadísima pues es el momento que aprovechan mis cuñadas para recitar poemas o bien mi suegro para debatir de política conmigo. Yo me refugio en el vino caliente con pimienta y miel (mulsum) y mi mujer suele decirme que no discuta con su padre pues está mayor y padece del corazón...
Estos días suelen acabar mal. Hasta las 6 de la tarde, hora de la cena, no se van. Siempre tengo que mandar algún esclavo que ayude a llevar a mis cuñados borrachos hasta sus casas. Entonces me acerco hasta el altar de madera que hay a la entrada de mi casa (lararium) y doy gracias a los dioses que protegen mi familia por haber sobrevivido a otro almuerzo familiar.
Es entonces el momento de descansar y retirarme hasta mi alcoba...
de Paco Córdoba