viernes, 7 de marzo de 2008

EL HIJO DEL MERCADER

Ha dejado de llover y me asomo a la azotea de mi casa del arrabal de Al-Ramla situado al este de Córdoba. Lo que veo es impresionante: las aguas del Wad el-Kébir bajan furiosas en una gran riada y han cubierto parte de la Al-Mozara, lugar de desfiles militares. El puente de los rumi resiste milagrosamente, y al barrio de la Axerquía lo defienden bien las murallas. Creo que esta primavera de 946 está resultando demasiado lluviosa...
Pero no me he presentado: Me llamo Idriss, soy andalusí. Mi linaje procede de Medina Bahiga. Tiempo atrás mi abuelo comerciaba con la famosa seda del pueblo. Pasado el tiempo la fama y calidad de sus telas hizo que los califas Alhaken I y luego Mohamed I lo llamaran para trabajar en la corte. Y aquí se trasladó e hizo fortuna.
Yo soy cordobés. Pude recibir estudios gracias a mi mente despierta y mi habilidad con las hierbas medicinales. Una vez curé a una esclava del harém y desde entonces trabajo junto con otros para la extensa familia de mi señor Abderramán III, nuestro califa, que lleva casi cincuenta años gobernando con acierto las tierras de nuestro pais Al-Andalus.
No me quejo. Sé que soy un afortunado. Vivo en una de las ciudades más grandes del mundo pues pocas superan nuestros 300.000 vecinos: solo Bagdad y Damasco. Aquí vivimos gentes de tres religiones: los más numerosos con diferencia somos los musulmanes (andalusíes, árabes y berebéres), por eso hay más de 100 mezquitas. También hay un barrio judío con sus sinagogas. Y los cristianos que viven entre nosotros, los mozárabes tienen incluso 5 iglesias y una pequeña catedral. Lo malo, como siempre, son los fanáticos...
Los familiares del califa y las gentes de dinero suelen vivir en almunias cercanas y algunos son auténticos palacios al pié de la sierra como Al-Rusafa.
Actualmente Córdoba tiene más 21 arrabales. Lo normal es que tengan el nombre del gremio o profesión que abunda en sus calles. Yo suelo pasear por el de los pasteleros y el de los alfareros, al norte. Mi hija Aixa prefiere el de los perfumistas, cercano al Alcázar. Las calles principales están todas empedradas y con iluminación. Y con fuentes y cientos de baños públicos y gratuitos, por la mañana los hombres y la tarde para las mujeres...
Se hace tarde. Ha salido el sol y debo acercarme a Medinat al-Zahra, donde reside mi señor. La gente dice que es curioso que el frío Abderramán, Príncipe de los Creyentes -hijo de una esclava vasca llamada Muzna- le haya puesto el nombre de una favorita al palacio que ha construido al noroeste de la capital. Todo esto son cotilleos de los bazares.
Cada vez que voy pienso que Medinat al-Zahra es ya un pueblo, con sus murallas, calles y su mezquita…. Ha costado miles de dinares. Pero me divierte la cara de pasmo que ponen los embajadores extranjeros cuando entran allí...
Iré andando con mi criado, un hijo de una navarra de palacio al que estoy enseñando y me ayuda a llevar algunas cosas. No creo que llueva más.
Tú, si quieres andar un poco, puedes acompañarme. Tardamos un par de horas. Tengo que comprar algunas cosas de camino y así te iré presentando conocidos y podrás ver algunas calles. Acompáñame.

de Paco Córdoba