viernes, 7 de marzo de 2008

LA HERENCIA

Querido hijo:
Cuando leas esto ya estaré reunido con mis manes que son mis antepasados. Y ya se habrá leído también el panegírico de mi vida en mi funeral. Quiera Júpiter, padre de todos los dioses, que tengas una vida mucho más tranquila que la que yo tuve.
Ya sé que poco te dejo: apenas una toga por vestido y una habitación donde dormir en una ínsula o casa de alquiler cerca de la calle que va de Este a Oeste y que llamamos Decumano. Acuérdate de hacer alguna ofrenda en mi nombre a los dioses lares o familiares que protegen la entrada tu casa y alejen así los malos espíritus...
Bien sabe la diosa Minerva por su sabiduría que hubiera deseado heredaras lo menos una villa con termas y todo. No ha sido así y bien que lo siento. Confórmate que al menos seas un ciudadano libre y no uno de los 200.000 mendigos que deben pulular por Roma o de los millones de esclavos que posee su Imperio.
Te dejo mi bien más preciado: un martillo, un escoplo, una escuadra, el compás y mi vara de medir. Con ellos me he ganado la vida, mi prestigio y mi libertad.
Hijo mío, tu padre nació lejos del mar, en un pueblecito de la Bética llamado Ipolcobulca, cercano a Iliturgícola. Era apenas cien casas en lo alto de una colina amurallada que bordeaba un arroyo, a unos 390 estadios de Corduba. Mi abuelo materno era natural de la íbera Tucci, donde una vez se refugió el famoso caudillo lusitano Viriato y del que narraba sus historias y aventuras. Mientras fuí impúber, hasta los 14 años, no salí de mi pueblo y sus alrededores pues trabajé los campos de los patricios.
Mi vida se torció cuando por una pequeña falta, que no viene al caso, un pretor condenó por una suma no muy alta a mi familia. Pero pocos ases, denarios o sestercios había en casa -por no decir ninguno- y así mis padres se vieron obligados a ofrecerme como trueque de parte de la condena: me dieron de esclavo.
Y entonces ví el mar por primera vez y supe de su dios Neptuno. Fui destinado a Cartago Nova. Durante meses mi casa fué un barco, una trirreme romana con dos filas de 26 bancos que hacía la ruta entre Hispania y Ostia, el puerto de Roma. Los galeotes, la chusma de esclavos éramos la fuerza del barco con los remos de 12 metros y casi 130 kilos. Estábamos al aire libre y dormíamos cuatro o cinco por banco. La ración diaria eran galletas y habas crudas con oleum. Como premio alguna vez nos daban vino. Y siempre temiendo a los latigazos del comitre o jefe que vigilaba el ritmo de la boga no decayera... o que nuestra trirreme sufriera un abordaje.
Aunque casi sin dientes, sobreviví a parásitos más gordos que habas y tras pagar la deuda contraída trabajé de picapedrero. Luego en la construcción de cloacas, calzadas, puentes y acueductos por toda Hispania. Mi habilidad con los cálculos matemáticos y mi ingenio hicieron fuera respetado en mi trabajo.
Nada más, el resto de mi vida, junto a tu madre, ya la conoces.... Mi quebrada salud me hace pensar que no llegaré ni a los cercanos 47 años.

Recibe un último abrazo de este que fue tu padre.

de Paco Córdoba