jueves, 20 de marzo de 2008

LOS HENS

Guten tag ! digo, buenas tardes.
Aquí estoy ya. Soy un nuevo español, andaluz y creo que cordobés, gracias a la idea que tuvo nuestro ilustrado rey Carlos III y su ministro Olavide de repoblar con colonos tierras abandonadas de Andalucía y que estaban –y dicen que están aún- asoladas por bandoleros. Así lo ordenó y firmó en la Real Cédula de 2 abril de 1767. Nos han dicho que la idea es así poder crear nuevas poblaciones a lo largo del Camino Real de Madrid a Cádiz y de paso roturar nuevas tierras y aumentar los cultivos…
Perdón, no me he presentado. Ich heiben, yo llamar, digo, me llamo…. bueno…¿cómo decirlo….? Diré que me llamaba Jakob pero desde hace días mi nuevo nombre, castellano ya, es Antonio. Así evito sonrisas a costa de mi nombre extranjero, tedesco y, parece que gracioso o impronunciable para todos ustedes. Pero conservo mi apellido alemán: Hens. Así figura oficialmente en todos los papeles que llevo encima.
En los documentos se especifica el trocito de tierra que me corresponde en un nuevo pueblo que ayudaremos a edificar otros nuevos españoles como yo.
Y es que yo soy un inmigrante pues he nacido en otro lugar, en el lejano, lluvioso y frío Principado de Salm, a medio camino entre Alemania, Francia y los Paises Bajos, en la región de los Vosgos ¿entienden? Pero yo sé que mis hijos, nietos y demás descendientes, con el paso de los años, serán ya andaluces, españoles.
A lo que iba: Pronto me dí cuenta que mi nombre no ayudaría a entenderme con la ruda gente española. A eso se juntaba el humor que llamáis “guasa” tan abundante por aquí, ya más al sur. Me dí cuenta nada más entrar mismamente en Andalucía por el estrecho, tortuoso y wunderbar, bueno, -¡qué cosa más bonita!- Paso de Despeñaperros, allá en tierras de Jaén.
Unos han llegado a España en barco desde Génova hasta Almería y otros hemos venido andando desde los puertos del norte. Mi mujer Margarita, mi familia y yo cinco semanas de largos de camino tuvimos que hacer...
Pero no vengo yo solo. No. Tengo que decir que oficialmente hemos venido más de 6.000 con nuestras familias desde Alemania. Nuestros apellidos Bacter, Hebler, Pigner, Uber, Ostoft, etc. son imposibles de disimular. También vienen gentes con ganas de un futuro mejor desde el norte de Italia y Suiza...
Venimos a ocupar una parcela de tierra con la obligación de cultivarla. No crean que es gran cosa: unas 50 fanegas de tierra por colono, con la idea que cada familia pueda vivir de ellas y ser autosuficiente. Y no la podemos vender. Y menos mal que las parcelas o suertes contíguas se adjudican a colonos de la misma nacionalidad porque no sé cómo me iba a entender con mis vecinos. Pero ya aprenderé…
A propósito: me dijo mi vecino que en los nuevos pueblos se prohíbe el establecimiento de mayorazgos y conventos. Digo yo que será porque, a la larga, nobles y curas se quedan con todo. Pero no piensen mal. No: Todos los que venimos, obligatoriamente, somos gentes católicas y temerosas del Tribunal de la Inquisición. Aunque sé de familias pobres protestantes y luteranas que han disimulado su credo…
Todos, obligatoriamente también, tenemos experiencia en oficio declarado y construimos nuestro pueblo sobre el lugar antes conocido como La Parrilla. Y en honor al nombre de nuestro rey, lo hemos bautizado como La Carlota.
Hemos fundado también los pueblos de: Carboneros, Santa Elena, Guarromán, Prado del Rey, La Carolina, La Luisiana, Fuente Palmera, Herrera, Aldea del Río. Lo malo es que no pensábamos que en estas campiñas hiciera este tremendo calor africano…
Me despido ya.
Auf wiedersehen!, perdón, digo que hasta la vista.

de Paco Córdoba

sábado, 15 de marzo de 2008

ABDELGHANI

Intentó escribir otra línea más. Intuía que esta vez tenía más faltas de las habituales y que incluso se estaba comiendo alguna que otra letra. Le costaba hilvanar las frases que se le apelotonaban en la mente para poder explicar lo que sentía. Era verdaderamente difícil poder explicar con palabras los sentimientos que pasaban por su cabeza. Notaba que el lápiz no llevaba muy bien la horizontal que las líneas debían tener pero esta vez, contra lo habitual, le importaba un pimiento. Se esforzaba en contar, en escribir, en decir con letras, en expresar al fin y al cabo el dolor que sentía.

Quería contar que, a pesar de la diferencia de edad, había conocido un compañero amable y atento y al que poco a poco había tomado cariño y quería como a un hijo, aunque nunca se lo había dicho Y lo peor es que ahora tiene la certeza de que nunca más tendrá oportunidad de decírselo.
Recordaba ahora sus prejuicios cuando lo tuvo por primera vez enfrente. Bien es verdad que algún año lo tuvo más lejos y otros lo tuvo más cerca. Hasta que el curso pasado lo tuvo a su lado... y aquello fue definitivo. Entre los dos se estableció una química especial que rompía moldes.
Recordaba ahora que últimamente bajaban juntos las escaleras bromeando sobre los escalones, la lluvia, la gente o sobre la diferencia de estatura entre ambos.
Recordaba también el trabajo que le costó aprender su nombre y poder pronunciarlo. Se dio cuenta que ahora podía incluso saludar en su idioma, lo cual le hacía verdadera ilusión. Y que “la prisa mata” era -con acento andaluz- algo así como “lizredmet”, cosa que ella repetía cuando le convenía.
Muchas cosas se las debía a su compañero…

Con el paso de los meses concluyó aquello de que el hábito no hace al monje. Con las semanas llegó hasta a saludarle por la calle, primero tímidamente y solo a él, luego incluso a él y sus amigos. Con lo asustica que ella era, quién lo hubiera dicho. Porque ella cambió. Ella era otra.
También ellas eran otras. Ellas, que pocos años antes incluso cambiaban de acera al ver gentes de tez morena, habían sufrido un cambio radical. Y todo por su joven compañero…

Porque Filo, a sus 67 años, escribía sobre Abdelghani.
Una indignación, una rabia enorme le corroía. Una pena infinita le llenaba el alma. Y otra lágrima suya cayó sobre el folio que tenía delante. Entonces es cuando vió que no podía más. Llorando a lágrima viva se levantó y le dijo al maestro que se iba a su casa.

Y es que a su compañero marroquí lo habían expulsado. La policía lo había repatriado hoy, 14 de marzo, por sorpresa.


de Paco Córdoba

viernes, 7 de marzo de 2008

EL PARAÍSO

Lo cierto es que Hamid no sabía muy bien dónde estaba exactamente Roquetas. Uno al que preguntó le aseguró que cerca de Almería, otro que próximo a Málaga, una capital importante –dijo- del sur de Europa. No preguntó más pues daría la impresión de estar poco decidido y ya había entregado el buen fajo de dirhams que había reunido con ayuda de su familia y hasta de algún vecino.
Le habían dicho antes de subir en la patera que cerca de esa ciudad de nombre tan sonoro les dejarían tras unas horas de travesía si el mar no estaba muy picado. Que luego sería cosa suya, que allí era donde había trabajo seguro, en invernaderos, en cultivos bajo metros y metros de plástico, pero en donde sudaría el jornal a base de bien. No importaba; el era joven y fuerte.
Mientras, aguantaba los golpes de mar empapado a pesar de ir sentado y doblado, la cabeza entre las piernas, junto con otros 21 desconocidos en aquella larga barca de madera. Hasta hacía pocos días nunca había visto el mar. No tenía miedo, sólo estaba impaciente por llegar. Y para dejar pasar el tiempo pensaba, pensaba y recordaba...
Su recientemente fallecido abuelo Rahsid le contaba que Málaga o Almería, las dos -y parece ser que no lejanas entre sí- eran ciudades que vistas desde el mar se parecían a la marroquí Tánger, ésa otra ciudad en donde conoció a la que terminó siendo su mujer: su abuela Noura. Estas ciudades españolas tenían aún su alcazaba arriba y sus casitas blancas desparramadas por la ladera de la colina, ¡y que hasta en día de mercado parecía uno estar andando en Tánger por el Gran Zoco de Bab Fahs!...volvía a señalar con énfasis el abuelo.
Claro que el abuelo Rahsid estuvo en España hace mucho tiempo, cuando hubo una guerra y los militares españoles reclutaron a los jóvenes de su kábila casi a la fuerza con la promesa de ganar mucho dinero. Ahora que lo piensa, su abuelo nunca le hablaba de aquella guerra, no, hablaba y hablaba de anchos ríos llenos de agua, de inmensas tierras sembradas, de frutales, de montañas llenas de árboles... “Mi querido Hamid, aquello es el paraíso”-decía-
De todas formas él nunca visitó aquella ciudad marroquí del norte. La ciudad más grande que había visto era Beni-Mellal, a unos 70 km. de su pueblo, Azilal, al pie de las montañas del Atlas. Su pueblo no era pequeño, no, pero por allí poca gente tenía coches...
Solamente en verano, cuando regresaban vecinos que trabajaban en Francia, Bélgica o España era cuando las calles se animaban y delante de las terrazas de los cafés aparcaban sus brillantes Renault o Peugeot, y de ellos bajaban sonrientes algunos antiguos vecinos que él conocía... entonces sí, en agosto su pueblo se transformaba y la calle principal semejaba a una ciudad importante con sus atascos y todo. Corría el dinero en el mercado y en los cafés. Y la gente, las familias estaban contentas de volver a reencontrarse.
Pero Azilal, con sus calles de la medina estrechas y empinadas, con sus casitas blancas y ocres era un pueblo sin futuro. A esa conclusión había llegado. No había trabajo para los jóvenes. Los más espabilados marchaban para el extranjero o para Casablanca.
Fuera de la época estival la única manera de ganarse unos dirhams era acercarse hasta las famosas cascadas de Ouzoud y servir de guía a algún turista despistado. Pero a veces no merecía la pena...
Ah! los turistas...siempre con dinero en los bolsillos y acompañados de bellas mujeres y potentes coches. Envidiaba la desenvoltura de aquellas parejas, casi de su edad, que bajaban por el camino de la cascada cogidas de la mano o dándose besos o haciéndose fotos, o comprando algunas postales. Eran tan diferentes a las muchachas de su pueblo que... O quizás no. Con 26 nerviosos años intuía ya que el mundo era injusto, que a su pais lo empobrecían tanto los de fuera como los corruptos de dentro y que determinadas tradiciones y costumbres -referentes especialmente a los jóvenes- se siguen por eso...porque son costumbres. Sí... O no: él se casaría con una extranjera y...
Un grito del patrón a un compañero le volvió a la realidad. No era noche de luna. Apenas un metro delante suya una figura tapada con un anorak de plástico vomitaba por la borda y balanceaba peligrosamente la muy cargada embarcación. Todos irían en silencio. Esas fueron las órdenes que recibieron antes de subir a aquella dudosa barca en aquella playa perdida de Amtar, cerca de Bou-Ahmed. Menos mal que parecía que el motor era potente, aunque solo fuera por el ruido, un ronroneo monótono. Era la garantía de llegar a la costa española. Pero el tufo de gasolina que despedía mareaba a los más cercanos...
Su padre, Mbarek, desde siempre discutía con el abuelo. Le decía que no le contase historias raras sobre paises extranjeros, que los trabajadores estaban mal en todas partes, que las cosas son así desde que el mundo es mundo, que Aláh así lo había querido.
Su padre, latonero, tenía frecuentes accesos de cólera a medida que Hamid fue haciéndose mayor. El los fué atribuyendo a la conciencia de su propio fracaso por no poder sacar a la familia adelante: seis hijos (cuatro niñas y dos chicos) más el abuelo y Aixa, su madre, era demasiada carga en aquel pueblo de las montañas.
No siempre fue así. De pequeño recuerda a su padre trabajando en el taller de la medina. El y sus compañeros de oficio se servían de los chiquillos para pequeños recados. Hamid gustaba de mirar cómo se iban formando los más variados recipientes de latón; lo que le pasmaba era cómo su padre, punzón en una mano y martillete en otra, dibujaba arabescos y adornos que embellecían las modestas vasijas y platos que allí fabricaban. No sabe exactamente cuando sucedió, pero aquel taller ya no era el mismo. Seguramente tendría que ver la invasión de cosas de plástico....
Abrió los ojos. No había caido en la cuenta que el run-run del motor había callado. Miró a sus compañeros interrogándoles con la mirada. Antes que nadie dijera una palabra un gesto brusco del patrón de la barca le conminó a seguir agachado y en silencio. La barca se movió aún más y el agua entraba a veces por la borda.
Súbitamente un ruido metálico, como venido de las profundidades del mar, se fue acercando, abarcándolo todo. Miró al patrón y lo encontró muy nervioso intentanto atisbar en la oscuridad circundante. La patera estaba absolutamente quieta. De pronto, una silueta negra, enorme, apareció y pasó a escasos metros zarandeándolos. Algunos gritaron. Era un barco mercante. Tan cerca lo tuvieron que Hamid deletreó el nombre que llevaba escrito en la popa: “King of Sea” – Liberia.
Bruscamente el motor arrancó de nuevo y atravesando entre saltos la estela del barco, -tras unas maldiciones y buscar un desconocido punto en el cielo- el patrón volvió a ordenar silencio. Algunos compañeros aprovecharon para beber agua de una botella de Sidi Harazen.
Estaba ahora mareado. Cerró los ojos. Era una sensación agradable aislarse del mundo exterior, como cuando en la escuela el maestro le dejaba encerrado por alguna trastada. Lástima del poco tiempo que estuvo. Aquel maestro del último año le impresionaba: era un hombre casi anciano, algo encorvado y de barbilla blanca. Los chiquillos le temían y no entendían sin embargo que los padres le respetaran. Cherkaoui, se llamaba, eso es: Cherkaoui Chadli.
Aquel viejo maestro les hablaba de casi todo. Les hablaba del Profeta, les hablaba de los minerales y sus formas... pero el tema que superaba a todos era Al-Andalus. Recuerda a todos sus compañeros sentados en esteras alrededor de la pared de la pequeña clase con una estufa de carbón en el centro y a su maestro hablando casi para él: “Resulta curioso que hubo un tiempo que este mar que ahora atravesaba no separaba pueblos sino que unía. Las gentes de las dos orillas tenían casi las mismas costumbres y los mismos reyes”. ¿Qué había pasado para ser tan distintos ahora?
El maestro enseñaba pacientemente viejas postales -usadas seguramente una y otra vez- de calles, edificios, palacios... que no diferían en nada a los de su pais. Resultaba sorprendente que ciudades como esas de Granada, Sevilla o Almería fueran el extranjero. Y el viejo Cherkaoui les hablaba que la mayor mezquita de la antigüedad ¡no estaba en Marruecos ni en Siria sino en Córdoba! la que fue capital de Al-Andalus. Les hablaba entusiasmado de sitios como La Alhambra, Madinat al-Zahra y otros que desgraciadamente ya no recordaba.
Curiosamente, el que fué su maestro también decía que aquello era “el Paraíso perdido”....
No entendía nada. Y se estaba poniendo malo de veras. La cabeza le daba vueltas a pesar del aire fresco de la noche. No tenía hambre porque había comido más que suficiente en previsión de una larga travesía y algún día más cuando los desembarcaran... Ya no debían estar muy lejos.
El patrón hizo un giro rápido a la izquierda como buscando un punto de luz en el horizonte. A lo lejos, entre la densa oscuridad, apareció de golpe una raya luminosa que resaltaba entre la negrura: eran las luces de una gasolinera cercana a la playa según murmuró un compañero. Extrañado le preguntó cómo lo sabía. El otro especificó que era su segundo viaje y que esas extraordinarias luces eran de una estación de servicio de la carretera Málaga-Almería cercana a la costa...que se fuera preparando.
Hamid repasó sus escasas pertenencias: su pasaporte envuelto en dos bolsas de plástico junto con ocho billetes españoles de 20 euros y metidos a su vez en otras dos bolsas de plástico dobladas varias veces y amarradas a la cintura. No sabía si quitarse las zapatillas y atárselas a cuello. En estas estaba cuando al comprobar si estaban bien atados sus cordones notó que le dolía fuertemente la cintura y que las piernas las tenía dormidas. No alcanzaba ni a tocarse los piés pues tenía dos compañeros delante y no había caido en la cuenta que la posición en que estaban dificultaba cualquier movimiento de cintura para abajo.
Se oía ya un romper de las olas con la costa cercana. El patrón volvió a maldecir e hizo un nuevo giro como buscando un lugar de aproximación. Las luces que se veían ya con claridad confirmaban lo dicho por su compañero sobre la carretera pues algunos puntos de luz en movimiento señalaban un vehículo en marcha. Tambien le contaron antes que sería el momento más peligroso; no sabrían si desde las playas les habrían descubierto los guardias y les estarían ya vigilando. Quizás faltaran sólo minutos para detenerles...
Una voz ronca les estaba pidiendo que saltaran ya. Muchos dudaban. El patrón dijo que apenas había dos metros de profundidad, que una pequeña ensenada estaba a escasos sesenta metros, que no se acercaba más porque había rocas, que ya habían llegado y que él había cumplido...
Musitó una rápida plegaria de agradecimiento a Aláh y tuvo un recuerdo para su padre... Ya estaba en Europa, en la antigua tierra de Al-Andalus, más cerca del Paraíso..
Los compañeros iban saltando al agua. Descubrió que ahora tenía miedo porque aunque sabía nadar la barca se balanceaba sin control. El patrón lo cogió y por sorpresa y lo empujó al agua sin contemplaciones. Estaba muy fría. Demasiado. Cierto que estaban cerca pues tocó el fondo con sus pies al caer. Eso le tranquilizó. Nadaría un poco y ya está. Tragó un poco de agua de una ola que le pasó por encima y se percató que el mar estaba agitado y que ahora no daba ya pié. Se puso nervioso. Volvió a nadar. El Paraíso del que hablaba su abuelo estaba cada vez más cerca. Dió unas cuantas brazadas. Volvió a tocar con sus piés tierra, tierra de Al-Andalus.. Pero un calambre lo inmovilizó. Asombrado, notó como se hundía sin que sus brazos hicieran nada para evitarlo.
Oía el estruendo del agua. No sabía si era el romper sobre las rocas cercanas o bien las bellas cascadas de Ouzoud. Sí, eso es: Ouzoud....
*
Eran poco más de las siete de la mañana cuando Matías Cano (marinero y antiguo emigrante andaluz en Francia) y su nieta, buscando un lugar idóneo para echar los anzuelos encontraron dos cuerpos sobre las arenas de la playa de Balanegra, a escasos kilómetros al este de Adra. “Buscaban el Paraíso” -murmuró con lágrimas en los ojos y, apretando el paso y la mano de su nieta, la alejó de allí.
Horas más tarde, poco a poco, aquel mar iría devolviendo una decena de cuerpos más. Solamente algunos periódicos locales de la zona se hicieron eco de la tragedia inmigrante: no más de catorce líneas en la tercera página.

de Paco Córdoba

EL SORDO LINO

Estimados Sres.:
Quiero contarles una historia. La historia de un soldado campeño del siglo XIX: mi pequeña historia. Sepan que me llamo Tomás Villar López, y soy natural de Castil de Campos, una aldea de Priego de Córdoba, en Andalucía. A mí como a otros nos tocó vivir aquellos años muy difíciles, años de hambres, injusticias y guerras que organizaban los ricos... pero sufríamos y pagábamos los pobres.
Me explico: Mi familia, como casi todas en el pueblo, era pobre. Mis padres sabían que siendo ya un mozuelo, tarde o temprano, llegarían los civiles y formados en la plaza reclutarían a 1/5 de los jóvenes para el largo servicio militar. Pero no todos, ya que los hijos de los señoritos se libraban pues se “redimían” pagando o enviando a otro en su lugar. Y por eso, por el miedo a enviar a los hijos a una guerra segura, muchas familias se habían arruinado... Eran aquellos tiempos de la reina Maria Cristina.
Hoy sé que entre el 60 y el 70 % de los muchachos de las grandes ciudades se libraban, y así resultaba que el 98 % de los soldados éramos gentes nacidas en pueblos pequeños o en el campo. Total, que yo no había salido en mi vida del pueblo y el 19 de diciembre de 1892 ingresé en Caja. Me despedí con un abrazo de mi padre Lino y con un beso dejé a mi madre Antonia llorando en la puerta de casa.
A finales de marzo de 1893 me enviaron a Jerez de la Frontera y el 11 de octubre mi Regimiento de Infantería “Extremadura nº 11” embarcó en Cádiz camino de Melilla, ciudad del norte de Africa. Desde finales de octubre a fin de año estuve luchando en la Guerra de Marruecos, en el fuerte de Cabrerizas Altas. Ví mos allí mucha gente morir en ambos bandos y mucha miseria. Aguantamos y como premio, -creía yo, tonto de mí- el 1 de enero de 1894 mi Regimiento lo llevan a Málaga a descansar. Aproveché para hacerme una foto con un traje de gala prestado, que envié a mi madre a través de un conocido que encontré en el Paseo de la Alameda. Descansar –es un decir- descansé un año. Pero me quedaba lo gordo.
En junio de 1895 mi alegría fue grande pues nos trasladaron a Córdoba, pero nos enteramos que era para organizar un Batallón Expedicionario con destino a Cuba. Algunos compañeros desertaron cuando se enteraron. De Córdoba fuimos otra vez a Cádiz y el 18 de Junio ya subía yo al vapor “Montevideo”.
Allí íbamos al aire libre los más pobres pues por un pasaje de 3º clase nos pedían 32 pesos-duros. Tras diez días de mareos y vomitonas el barco llegó a Cuba. Nada menos que a 391.110 soldaditos nos llevaron allí. Decían que era para defender a la Patria, pero muchos estuvieron recolectando caña de azúcar en las fincas de familias de renombre. Y trabajando gratis. Maldita sean los gobiernos de Cánovas, Canalejas y Sagasta...
A fin de mes estaba en La Habana. En octubre ya estaba pegando tiros en Lomitas Bonitas. En noviembre en Mal Paso y Litro Ingenio, y así hasta fin de año.No quiero cansarles, pero les diré que durante todo el año 1897 estuve de operaciones en Guajanay, Palos, Mamey, Serrezuela, Charco Hondo, Maravillas, Manacas, Ingenio Viejo, etc. Y tuve suerte pues solo pillé algunas fiebres que curaron pronto.
El año 1898 fue un desastre pues los insurrectos -como los llamaban nuestros jefes- iban ganando la guerra, y aunque nos llevaban de un lado para otros de la isla nosotros no dábamos abasto. Estuve luchando en Cienfuegos, Manzanillo, Juanabana, Dos Rocas, Platanita, Cabezas, Chaparra, etc. y otros sitios que ya ni me acuerdo.
Un día de octubre sufrimos una emboscada y entre explosiones recibí un bendito tiro. Sí, digo bendito, porque me llevaron a un Hospital Militar y descansé de ver y causar tanta desgracia. O de volverme loco. De aquello quedé sordo de por vida... pero me enviaron de vuelta a casa.
El día 17 nos embarcaron, por fín, rumbo a España. Pronto veríamos a nuestras familias. Muchos barcos había en el puerto: allí estaban los buques “Ciudad de Cádiz”, “Reina Regente”, “Colón”, “Buenos Aires” y otros... Decían rumores que se había acabado ya la guerra, que se había perdido Cuba. Nadie sabía nada. Mi barco iba lleno de gente joven, tullida o enferma, pero contenta...
Cosas de la vida, nuestra alegría duró poco. Los marineros nos amenazaban con tirarnos por la borda en medio del mar si descubrían que no estábamos heridos o enfermos de verdad. Y fue verdad, pues vimos en el camino de vuelta que abrían las puertas y tiraban al agua a los muy graves o a los que morían, por temor al contagio.
El 3 de noviembre pisé la tierra de mi Andalucía. De nuevo estaba en Cádiz, la Tacita de Plata. Para festejarlo, cerca del puerto bebí manzanilla, buen vino. Allí licenciaron a lo quintos del 92: acabó la mili, pero no acaba esta historia...De Cádiz marché a mi pueblo.
Cuando días después me bajé en la Estación de Luque y respiré el olor del campo no me lo pude creer. Mirando los cerros llenos de olivos andaba camino de Castil de Campos. Pasé cerca del molino del Cerrajón y de Zamoranos. Atravesé el pueblo de Fuente Tójar con algunos chiquillos mirándome asustados. Entonces caí en la cuenta de mi fiero aspecto: tenía la barba crecida y lucía un sombrero grasiento de ala muy ancha, cubano. La vida y los años me habían transformado en un hombre.
La casa de mis padres estaba en las afueras del pueblo, en la calle Fuente Tójar, lindando al campo. Mi madre, vestida de luto, estaba tendiendo ropa en una retamas cercanas cuando la ví. Yo estaba cansado de andar y caminaba despacio cuesta arriba haciéndole señas con mi sombrero. Pero ella se asustó al ver llegar por Los Praos a un hombre barbudo, y llamó a unos vecinos. Después me enteré que ni siquiera pensaba que yo, su hijo Lino, vivía. Cuando me vió, se desmayó...
Tiempo después me casé. Me indemnizaron con 3.000 reales y todo el pueblo se enteró que ya no sería más tan pobre como una rata. Tuve que ir nada menos que hasta Córdoba a cobrarlos. De vuelta con mi hatillo recorrí el mismo camino desde la Estación de Luque a mi pueblo. Eran tiempos revueltos y en el campo no te podías fiar de nadie. Andaba ligero cuando oí pasos que me seguían y temí por mi vida. Tiré todo el dinero y salí corriendo. Y llegué al pueblo desmayado y llorando...
Días después, volví al lugar con unos amigos y, con tan buena fortuna, que recuperamos todo el dinero, menos un duro. Con ellos me compré media fanega de tierra, que heredarán mis nietos. Y que espero vivan tiempos mejores...

de Paco Córdoba

LA ESCOPETA DE MI ABUELO

A mí nunca me han gustado las armas pero a mi abuelo sí. Era un buen cazador pero también un exagerado para las cosas de la caza. Y mentía un poquillo. Tenía por costumbre en la siesta contarme sus hazañas. Un día me contó que su escopeta favorita, la más antigua y oxidada, tenía mucha, pero que mucha historia...
Resulta que la tal escopeta -un trabuco- perteneció a su bisabuelo, cordobés, del barrio de la Magdalena. Su bisabuelo vivía en una casa de vecinos de la calle Pozo, la que hoy se llama calle de Borja Pavón, calle entonces de gruesos chinarros pero de las más anchas de Córdoba y que estaba cerca de la muralla.
Allí cerquita estaba la Puerta Nueva abierta en 1518 y el camino que conducía a Madrid. Un poco más arriba de la calle, casi en la esquina, vivía su buen amigo Pedro Moreno, juez de paz, con el que jugaba a las cartas en un mesón de la calle Ravé, cercano a la plazuela del Panderete de las Brujas. Mi abuelo se compró una escopeta. Y mientras tramitaba la licencia o los papeles que hubiera entonces el arma estaba guardada ó requisada en casa de su amigo el juez, un hombre muy puntilloso con las cosas de las leyes.
Cuento todo esto porque su bisabuelo vivió cuando la famosa Guerra de la Independencia y presenció las tropas francesas del general Dupont entrando en Córdoba el año 1808. Y su amigo Pedro, era un hombre serio, muy cordobés... pero muy exaltado para las cosas de la religión y de la política.
Los cordobeses se habían enterado el 7 de mayo de lo ocurrido en Madrid el día 2, es decir, las luchas en las calles contra los franceses. Córdoba tenía entonces solo 30.000 habitantes pero los vecinos deciden formar en tan solo un mes un ejército de voluntarios para parar la invasión.
Dice la historia que unos 11.000 jóvenes esperaron en el puente de Alcolea a los franceses el día 7 de junio. Aquello fue un desastre y a las tres de la tarde los soldados estaban ante la Puerta Nueva y la ciudad cerrada a cal y canto. Y los vecinos mayores escondidos en sus casas. De unos cañonazos rompieron la puerta y las tropas en formación entraron sin encontrar obstáculo.
Y cuando los soldados a caballo, con su general al frente, enfilaban camino de la Plaza de la Corredera, al pasar frente a la casa de su amigo Pedro, no tuvo otra cosa que hacer el buen hombre que intentar pegarle desde su balcón un escopetazo al orgulloso general francés.... con la escopeta nuevecita del bisabuelo.
Su amigo el juez falló pues mató a su caballo y a un ayudante. Y él, naturalmente, no vivió para contarlo.Entonces, en represalia, Dupont permitió a los soldados que saquearan durante tres días la ciudad indefensa. Por culpa de la escopeta, la escopeta de mi abuelo, resulta que saquearon conventos y casas principales... Despues de nueve dias se fueron.
Años después, en 1810 volvieron los franceses a Córdoba acompañando al nuevo rey José I Bonaparte, que fue aclamado por las calles. Durante los casi tres años el nuevo gobierno “afrancesado” hizo mucho por la ciudad pues se abolió la Inquisición, se hizo el primer plano, se abrieron calles, plazas y jardines y se construyó un cementerio.
Pero dice mi abuelo que la famosa escopeta está rota desde entonces...

de Paco Córdoba

LOS PRIMEROS

Hoy martes día 9 de septiembre del Año del Señor de 1522 he vuelto a pisar emocionado mi tierra andaluza después de dejar este puerto de Sevilla hace ya más de tres años.
Antesdeayer mismo arribamos a Sanlúcar y hemos remontado el río. El lunes 8 saludamos aparatosamente la llegada a Sevilla disparando toda la artillería. Estamos fondeados frente a Triana pero con la amanecida saltaremos a tierra los 18 que hemos vuelto. En camisa y descalzos, con un cirio en la mano, juntos iremos en procesión a dar gracias a la iglesia de Ntra. Sra. de la Victoria tal y como prometíamos tantas veces en los momentos de angustia de este largo viaje.
Cuando me cure marcharemos a Valladolid a ver a nuestro rey Carlos I y rendirle cuentas. También allí entregaremos a Su Majestad una relación de todos los sucesos acaecidos y que hemos presenciado pues entre los afortunados que hemos podido regresar está el cronista italiano Antonio Pigafetta que ha ido apuntando día a día de su propia mano absolutamente todo.
Estoy contento de volver a ver mi Guadalquivir y a este muelle del que salimos hace meses 237 hombres. La escuadra, que tardamos año y medio en avituallarla, la componían cinco naos: Trinidad (mandada por el portugués Hernando de Magallanes), Concepción, San Antonio, Santiago y Victoria –mi barco- el primero y único que ha dado la vuelta al mundo por primera vez, gracias al vasco Juan Sebastián Elcano.
No ha sido tarea fácil hallar un camino por el oeste buscando las Islas de las Especias. Bajamos a latitudes muy bajas, hasta las tierras de los gigantescos patagones y la Tierra del Fuego. Por allí hemos descubierto un paso estrecho y peligroso, que sale después a un océano inmenso y pacífico, y así lo hemos bautizado.Pero muchos compañeros han muerto de fiebres o en islas lejanas, como mi señor Magallanes en las islas que bautizamos Filipinas en honor a nuestro rey y señor. Cierto es que he visto mucho mundo, animales y seres extraños, de todos los colores y costumbres...
Pero estoy deseando volver a probar el sabor del aceite de oliva y la carne membrillo; estoy harto de comer bizcocho y tocino añejo. No quiero saber nada de pescado amojamado. Estoy cansado de pender de jarcias y cordeles para aliviar la tripa con el culo al aire y fuera de la borda. Y de dormir de mala manera sobre cubierta, o en la bodega si llueve, entre bultos y estrecheces y con los olores nauseabundos de la sentina…
Solo deseo poder ver a mi familia y dormir por fin sin sobresaltos...

de Paco Córdoba

CALZONES Y GREÑAS

Ante todo quiero presentarme a Vds.: soy uno de los 5.000 vecinos de Gibraltar que sufrieron en sus carnes los malos gobiernos de nuestra patria.
Otros muchos y yo perdimos nuestra casa cuando un amanecer del soleado mes de agosto del año 1704 de Nuestro Señor vimos con sorpresa una gran flota de navíos frente a nuestro pueblo. Poco después supimos que eran ingleses y holandeses.
Recuerdo las caras de mis vecinos, subidos a las azoteas, mirando con temor los barcos llenos de banderas extrañas. La mayoría de nosotros no entendíamos nada de lo que pasaba pues los pleitos, bandos y guerras son cosas de la gente grande y nosotros, estimados señores, no éramos nadie.
Desembarcaron aquellas gentes de rostros malencarados en nuestra playa. Eran tipos en su mayoría rubios y ataviados con calzones y de largas greñas al viento. Chamullaban lenguas extrañas aunque algunos se hacían entender y preguntaron por nuestras autoridades, el señor Alcalde y el párroco. Y luego arramblaron con nuestras gallinas y animales.
El caso es que nada pudo hacer nuestro pequeño pueblo de pescadores y hortelanos, abandonado de los gobiernos y lejos de toda ciudad importante, frente a esas tropas extranjeras que, sin apenas pegar un solo tiro, tomaron nuestras casas en nombre del archiduque Carlos, pretendiente de la Corona.
Ahora sé que nuestro Ayuntamiento, como otros pueblos de la zona, defendía al Borbón Felipe V como sucesor del fallecido rey Carlos II, que llamábamos El Hechizado. Y ahora sé también que defender a Felipe fue nuestra desgracia.
A los gibraltareños nos dejaron marchar con nuestros santos y nuestros archivos hasta la ermita cercana de San Roque, a unos diez kilómetros. Allí nos establecimos esperando que pasaran los conflictos.
Pero esto vá para largo.Hemos perdido nuestras casas y huertos porque los españoles no nos pusimos de acuerdo sobre quién sería nuestro rey. Así, mientras a Felipe lo defendía la mayor parte del reino de Castilla, Andalucía y Francia (su rey también era Borbón), a Carlos lo defendía el reino de Aragón y Cataluña aliadas con Inglaterra.
Después de años de luchas Felipe ha terminado siendo nuestro quinto rey con ese nombre... pero nosotros perdimos nuestro pueblo y con el paso del tiempo perderemos también nuestra memoria, de cómo fué todo aquello.
Yo lo veo ya en nuestros hijos y nietos: ellos cantan esa coplilla conocida de “Mambrú se fué a la guerra... quién sabe cuando volverá...” pero los chiquillos ni siquiera saben que el Mambrú ese se refiere al difícil nombre de un general inglés que participó en aquella Guerra de Sucesión y que era duque de Marlborough... Guerra por la que tuve que abandonar mi casa, mi pueblo...
Y es que los vecinos de San Roque somos los verdaderos gibraltareños.

de Paco Córdoba

LA TABERNA DEL TURCO

Síganme vuesas mercedes que a fé mía les voy a mostrar la ciudad donde vivo. Sé de una taberna donde se juega a los naipes a la caída de la noche, aunque bien cierto que no es un lugar muy recomendable. Allí encontraremos personajes de este Madrid de contrastes, de capa y espada, sonetos y vino, palacios y mancebías, héroes y villanos.
No les entretengo. Digo que les llevaré a la Taberna del Turco, a quinientos pasos de la Plaza Mayor y los mismos del Alcázar de Felipe IV. Si apretamos el paso llegaremos a ese bodegón y les presentaré a varios de sus habituales. Tengan cuidado con el barro y los orines de los callejones y démonos prisa que los corchetes estarán ya de ronda. No sea nos confundan y vayamos a tener un lance a estas horas...
Aquí es. Entren y no se sorprendan. Y, sobretodo, guárdense sus comentarios para otro momento y lugar. Sentémonos en aquellas banquetas del rincón y pidamos a La Lebrijana una escudilla de pajaritos y una jarra de vino – bien es verdad que algo agrio-. No hagan Vds. caso del ruido, voces, peleas o de algunos temas pues aquí hay voceros por todas partes...
No hablen de epidemias de peste ni de los 13.700 muertos de Córdoba o los 60.000 de Sevilla. Y, por Dios -menos aún- ruégoles no comenten políticas sobre los intentos separatistas de Portugal y Cataluña. Y menos del reciente de Andalucía con el Duque de Medina-Sidonia , debido al cual incluso el Marqués de Ayamonte perdió su cabeza, pues peligraría la nuestra...
Quiero que se fijen vuesas mercedes en aquel grupo cercano a la chimenea que juega a los naipes. El delgaducho de gran mostacho y largo acero es un soldado de los Tercios de Flandes que lleva noches perdiendo aquí su escuálida paga. El muchacho que tiene detrás, en pié, es su mozo, que le sirve por tan solo algo de comida.
Sentado frente a él tenemos al más serio del grupo: se trata de un licenciado, un leguleyo que se gana la vida convirtiendo los pleitos en interminables. A su lado, el gordo sudoroso, aseguran que huyó tras una mulata después de jurar sus votos con los de la sotana...
Pero, ¡voto a Cristo! Veo que por allí entra un habitual. Aquel cojitranco es don Francisco de Quevedo -el poeta- caballero de Santiago, rápido de ingenio y lengua al que el cordobés Góngora no puede ni ver. Se sienta con algunos letrados. El otro día comentaban en grupo la publicación de la segunda parte del “Quijote” de un tal Miguel de Cervantes. Poca gente lee en estos reinos y poca fama pues alcanzará...
Aquí, en pleno siglo XVII, en Sevilla y otras ciudades del reino, lo más popular es el teatro. Las obras de Lope de Vega se esperan con ansia. Seguro habrán oído hablar de esa titulada “Fuenteobejuna”. Mañana les llevaré a un corral de comedias.
Pero... terminen el vino y guárdense de mostrar sus bolsillos pues peligran sus ducados con tanto jovenzuelo y pícaro que busca algo de dinero para comprar una autorización y poder embarcar a las Indias desde Sevilla.

de Paco Córdoba

ERROR FATAL

Aquí me encuentro, en esta lúgubre prisión que fue parte del Alcázar nuevo cristiano de Córdoba, acusado por el Tribunal del Santo Oficio, no sé si de judaizante o de pertenecer a la secta de Mahoma. Me han traído aquí, tras tres jornadas de duro camino desde mi lejano Priego...
Bien sé yo que soy víctima de denuncias secretas por algunos envidiosos. O de mis ignorantes vecinos que siempre criticaron mi mucha afición a las letras, cosa esta de la lectura que en nuestra tierra suele levantar sospechas ya que, desgraciadamente, no suele dominar la mayoría.
Y, parece cosa de guasa, pero también se que los prejuicios y tópicos que hay sobre mi aspecto físico contribuyen a ello, pues no me ayuda en nada... la forma aguileña y el tamaño desmedido de mi nariz. Pero esto es un error…
Aquí no soy el único. A pesar de los gruesos muros, cerca oigo llantos, voces y gritos implorando clemencia que juran en nombre de Dios. Es una locura.
Yo sabía de gentes inocentes, desgraciadas, acusadas en secreto de judaizantes, de brujería, de ser moriscos, de protestantes, de esos que llaman iluministas, de renegar de nuestra fé, o incluso herejes… Yo sabía. Sí.
Yo sabía bien que tiempo después de estar encarcelados y torturados y, a pesar de confesar todo lo inimaginable, al final los paseaban por la calles con su sambenito -el saco bendito- para morír después quemados en grandiosos autos de fé en la Plaza Mayor frente a un populacho gritón, supersticioso e ignorante, siempre sediento de sangre y manipulable.
Yo lo sabía…lo sabía… Pero, nunca pensé me podría pasar esto a mí…El rey mi señor, Felipe II, tiene el privilegio de nombrar al Inquisidor General, como el fraile dominico Torquemada que ha quemado miles de libros en Salamanca, lo mismo que el Cardenal Cisneros antes quemó más de un millón de libros arábigos en la plaza de Bib-Rambla de Granada.
Mi padre siempre me dijo orgulloso que soy cristiano viejo. Mi conducta siempre ha estado de acuerdo con la Santa Madre Iglesia, la única y verdadera. Incluso tengo pureza de sangre. Creo que mis apellidos no admiten duda. Espero aclarar este lamentable error que ha sucedido conmigo. Nada sabe mi familia de mí…
Oigo pasos, voces, risas que se acercan. Quizás vienen a por mí ya de una vez…

de Paco Córdoba

EL AMIGO DE COLÓN

Tengo que decir que sí, que mi padre conoció al mismísimo Cristóbal Colón. Y lo conoció en Córdoba, en el año de 1485, siete años antes de su primer viaje a las Indias.
Mi padre era natural de la ciudad italiana de Génova, de donde era el Almirante. El y su hermano tenían una botica cerca de la Puerta de Hierro, donde la muralla dividía la ciudad en dos partes: la Axerquía y la Medina. Al mediodía los conocidos formaban una tertulia.
Mi padre y mi tío fueron posiblemente los primeros amigos que tuvo Colón en Córdoba. Y ellos fueron los que le presentaron a Beatriz Enríquez de Arana, una cordobesa huérfana de 16 años que se enamoró perdidamente de Cristóbal, aunque ya pasaba de la treintena. En 1488 tuvieron un hijo: Hernando, que terminó siendo paje del rey. Cristóbal tenía antes ya otro: Diego. Siempre presumió de su amistad con Colón. Sabía de algunas confidencias y secretos de la vida del Almirante. Algo de ello me pudo contar antes de morir.
Lo que me impresionaba era la vida aventurera que había tenido: desde jovencillo admiraba la vida de los hermanos Marco Polo que llegaron hasta la China y volvieron a Italia en 1295 ricos y famosos.
Por eso quiso hacer fortuna y se puso al servicio de mercaderes de lana de su ciudad y gracias a ello conocía casi todo el Mediterráneo. Había llegado por el Atlántico hasta Islandia por el norte y a Guinea por el sur. Mi padre me dijo que incluso había traficado con esclavos... y que su familia, por parte de padre, era judía. Colón –según mi padre- fue un soñador pues se creía elegido por Dios para rescatar el Santo Sepulcro del poder de los turcos.
Allí en la trastienda de la botica conoció al cordobés Pero Tafur, que había regresado de su viaje a Jerusalén y le calentó la cabeza hablándole de las últimas noticias que se tenían sobre China. Creía en las leyendas del Reino del Preste Juan y las Antillas fabulosamente ricas...
Era lo que faltaba. Según mi padre Cristóbal fué, sobretodo, un negociante. Se aprovechó del descubrimiento que el mundo era redondo, en contra de lo predicado por la Iglesia, y que se podría llegar a las Indias y traficar con especias por un camino más corto, yendo hacia el oeste. Estaba segurísimo porque tenía mapas y cálculos antiguos.
La idea se la ofreció al rey Juan II de Portugal, que no le creyó. Y por aquí estuvo durante años dando el tostón a los Reyes Católicos: Isabel I de Castilla y Fernando V de Aragón. Cristóbal iba donde iba la corte. Por eso anduvo unos años por aquí, porque pedía audiencias y suplicaba por una entrevista con sus majestades en el Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba. Cierto que Cristóbal pedía le nombraran Virrey de las tierras que descubriera, y Almirante del Mar Océano, y nada menos que....la décima parte de todas las riquezas. Casi nada... Eso era demasiado. Solo le daban excusas. Pero le prometieron que si quedaba dinero después de la conquista del Reino de Granada, algo se haría.
Y algo tuvieron que encontrar los reyes en los archivos de La Alhambra que confirmara que el mundo es redondo para que, de golpe, creer a Colón y su sueño de un nuevo camino por el oeste para llegar a las tierras del Gran Khan, las Indias soñadas...
El caso es que el Reino de Granada se rindió. La ciudad fue conquistada el 2 de enero de 1492 y semanas después contó con dinero. Compró la “Pinta” a un vecino de Palos, la “Niña” a otro de Moguer y a un santanderino residente en el Puerto de Sta. María compró la “Gallega”, que cambió de nombre y la bautizó como la “Santa María”. Pagó anticipos a pilotos, marineros y grumetes...
Y el 3 de agosto salía el amigo de mi padre con sus tres carabelas desde Palos, pueblecito que 40 días antes habían comprado, pícaramente, los reyes por algo más de 16 millones de maravedíes. Y navegaron hacia el este.
El 12 de octubre vieron tierra. El 16 de enero decide regresar. Y el 13 de marzo, remontando el Guadalquivir, volvió a Sevilla. Recibió fama, fortuna y honores... pero olvidó amigos.
Ese fué el amigo de mi padre que, dolido, no volvió a ver nunca más.

de Paco Córdoba

EL ADIÓS DEL PANADERO

Hola. Salam aleycúm.
Me llamo Guzmán Ben Sibli y, como bien dice mi apellido, soy “hijo del sevillano”. Mi familia, y yo somos andaluces desde hace más de 800 años. Procede de Córdoba, de Medina Bahiga, lugar de mis antepasados. Durante años tuvo allí una panadería hasta que mi abuelo se trasladó a Sevilla. Yo mismo hasta hace poco era panadero en Alcalá de Guadaira.
Mi supuesto delito solo ha sido ser descendiente de musulmanes. ¡Y quién no! Cierto que muchos lo son aún a escondidas, pero la mayoría somos cristianos como lo fueron ya nuestros padres a la fuerza, temerosos del Tribunal de la Inquisición.
Estoy en una playa con lo que queda de mi familia esperando una galera que nos traslade a África, a la Berbería. Igual que nosotros están 100.000 andaluces. Es primavera del año 1610. El año pasado nuestro rey Felipe III, seguramente mal aconsejado, ha firmado nuestra expulsión de España sin pensar que, aunque cada vez somos menos los musulmanes en sus reinos, aún somos el 25 % de los valencianos y casi el 20 % de los aragoneses.
El rey no se dá cuenta que expulsa a familias que se apellidan Abril, Torres, Belascot, Garsía, Mendosa, Morares, Paes, Cordobés, Molina, Almodóvar, Montoro, Barrada, Sevillano, Guzmán, Granadino, Castañeda, Redondo, Salas, Castillo y tantos y tantos otros llamados Lucas, Ramón, Guzmán…. Es una gran injusticia.
He tenido que casi regalar mi panadería a un cristiano viejo, he perdido a mis hijas menores de 7 años que sé las encerrarán en conventos de monjas, mi vieja madre no ha resistido las dos semanas de caminata entre Sevilla y Málaga. Me han separado de amigos…. Esta desgracia se veía venir desde hace casi un siglo pues el padre y el abuelo del tercer Felipe ya amenazaron si no cambiábamos nuestras costumbres. Nos llaman despectivamente moriscos. Pero, ¿por qué?...
Algunos se fueron antes. Sé que todo empezó con la rendición del Reino de Granada, el último trocito que quedaba de Al-Andalus. Los que marcharon fundaron pueblos y barrios en las ciudades norteafricanas. Si llegó vivo preguntaré dónde está el “barrio de los andaluces” pues seguramente encontraré por allí algún paisano…
Cierto que la mayoría de nosotros habla “algarabía”, es decir, árabe. Entre nosotros, en casa, hablamos también “aljamía”, el idioma de nuestros antepasados andalusíes, pero todos sabemos hablar castellano aunque con acento... Y precísamente éso es lo que éso usa como prueba un Tribunal: nos hace pronunciar la palabra cebolla y al que dice sebolla lo acusan de aljamiado, como si ellos mismos no tuvieran antepasados de la misma sangre. También nos acusan de seguir vistiendo nuestras ropas y guisar según nuestras costumbres.
Yo veo que la mayoría somos artesanos y agricultores. ¿Quién cuidará de las huertas y acequias valencianas? ¿Quién recolectará la caña de azúcar granadina? ¿Quién sabrá elaborar la seda? ¿Quién sembrará arroz y labrará los campos?... Creo que nadie, pues los cristianos viejos presumen de linaje y ven muy mal los trabajos físicos, en especial los manuales. Las tierras se abandonarán y vendrán tiempos de sequías y hambre.

Ya embarco. Las olas mueven la vieja galera. La costa malagueña se aleja. Mucha gente llora y dice adiós a esta nuestra tierra que jamás volveremos a ver…
Wa sha´Allah dicen algunos... Ojalá Dios nos guíe y nos proteja.

de Paco Córdoba

LA ESCLAVA DEL ARZOBISPO

Me llamo Catalina. En este año de 1516 cumpliré 25 años. Soy esclava del Capellán del Muy Exmo. Sr. Arzobispo de Sevilla. Mi anterior dueño, Fernando de Jerez, almojarife o tesorero de Huelva me vendió hace poco. Por mí sé que pujaron grandes señores como los Condes de Cabra y el Marqués de Priego.
El será sin embargo mi cuarto dueño desde que me capturaron, siendo niña, allá en las costas del lejano Brasil. Por mis rasgos y color de piel me llaman “india”. Debo de ser bella porque no me obligan a trabajos duros. Sé bordar y cocinar. He sido madre cuatro veces, pero… ¡ay! ningún hijo ha estado conmigo más de dos años…
No recuerdo cuál era mi verdadero nombre pues el que tengo es castellano o cristiano -dicen- Me lo pusieron después de haberme bautizado. Me dicen también que en estas tierras hay un buen rey, llamado Carlos , que es I de España y V de Alemania...Y también que hay un Dios que cuida de todos nosotros, pero no lo entiendo. En mis escasos años he conocido a mucha gente como yo, abandonada a su desgracia. Este rey y ese dios valen bien poco pues no evita las tropelías que se hacen los hombres, los mismos que predican una cosa y hacen otra....
He pasado algunos años en las lejanas islas que llaman Canarias, habitadas por los guanches. De la isla de Tenerife me trajeron en un barco cargado de gentes naturales de la isla hasta el pueblo de Ayamonte, en la costa de Huelva. Allí estuve encerrada hasta que me vendieron junto con 35 moriscos de Hornachos, allá por Badajoz.
Ellos tuvieron peor suerte pues sé que más de la mitad fueron enviados a trabajar de remeros en las galeras reales del Puerto de Santa María, frente a Cádiz. Muchos sufrían enfermedades como: tisis, bubas, tos, lepra, morbo, viruelas, gota, calenturas, llagas... He visto también como muchos se volvían locos.
Cádiz y Sevilla son, por cierto, dónde más esclavos se venden. Los precios varían mucho: una guanche canaria vale unos 15.000 maravedís, lo mismo que dos negras juntas. Pero un canario vale unos 8.000 mrs., la mitad de un negro musulmán. He visto hasta cambiar una vieja carabela por 10 jóvenes berberiscos.
Me he enterado que algunos logran escapar, pero a los desgraciados que pillan en la ciudad de Sevilla los llevan al Mesón de los Perdidos o del Herrador, pues la recompensa son 2 reales.
Encima, mi dueño y señor dice que soy una esclava afortunada…

de Paco Córdoba

MI CORAZÓN LLORA

Temo que mis ojos no vuelvan a ver esta casa ni, quizás, mi pueblo. Soy mayor y mi cuerpo no es ya el de antes. Me llamo Hixen, no importa el apellido. Solo diré que entre mis ilustres antepasados está uno que fue gobernador de esta pequeña cora.
A esta medina que me vió crecer y que pronto abandonaré unos le dicen Bagut y otros Bahiga. Poco importa también eso pues, seguramente, le cambiarán el nombre. La llaman así, “la Ciudad de la Vega”, porque sus vecinos somos excelentes hortelanos en los terrenos cercanos a las murallas. La zona de la Qubba, cercana al wadi Salat, produce las conocidas cerezas y los muy sabrosos melocotones. También allí plantamos albaricoques y granados. Pero más famoso es el azafrán de Medina Bahiga y la seda de sus gusanos. Aquí nos sobra agua, pues el río, salido de un manantial, rodea nuestro bonito pueblo y ninguno de sus 1.400 habitantes pasa sed en los calurosos veranos...
Ay!, Quizás no vea llegar el próximo de 1341. El rey cristiano Alfonso XI ha sitiado la cercana Al-Qalat …y dicen que después saqueará nuestra comarca, la de Karkabulia y también Lukk Eso será nuestro fin...
Hace ya más de un siglo que otro rey, Fernando III -el que nosotros llamamos El Bizco y los cristianos El Santo- mató a todos los habitantes que no huyeron tras un largo asedio y quemó en 1225 los bosques de encinas y montes que rodean el pueblo. Pero volvimos a repoblarlo. Los viejos incluso recuerdan que los soldados cristianos tenían el campamento cerca del manantial que llamamos de la Salud, porque sus aguas disuelven los cálculos del riñón...

Estoy esperando que mis hijos me ayuden a esconder más de mil monedas de dirhams y algunas doblas de plata en un hueco del muro de mi casa. No es solo mi dinero, sino también el de mi familia y el de mis vecinos. Por eso los más de 10 kilos de dirhams los hemos repartido en varios tarros. Como tengo mi casa fuera de la muralla, en la Al-Caba, quizás cuando ellos vuelvan recuperen esta pequeña fortuna, pues aunque la hayan incendiado el muro aguantará.
Esta mañana desde el Al-Darb los vecinos miraban hacia Al-Qalat temiendo lo peor. Desde la torre Las Cabras y otras nos hacían señales de peligro. Las familias que estaban en la Al-Marcha y en la Al-Mozara vinieron corriendo con sus hatillos. Unos dicen de abandonar el pueblo, temiendo lo sucedido en 1225. Otros dicen de resistir y defenderse desde el Al-Qasar pues el castillo aguantará... Mi familia y yo huiremos por la Sierra Al-Bayat hacia Hins-Ashar o... mejor por Montefrío y Medina Lawsa, tierras creo más seguras...
Algunos irresponsables hacen apuestas por qué puerta entrarán los cristianos, que si por la Puerta de Granada, que si por la del Sol, que si la del Agua...
Yo presiento que saquearán el zoco, quemarán las tres mezquitas y sobre ellas construirán iglesias. Nuestro rey Yusuf I, de los nazaríes de Granada, no podrá ayudarnos... Y a los vecinos que pillen los matarán o harán esclavos.

Cierro por última vez la puerta de la casa de mis antepasados. Me marcho. Me subiré a la mula y no volveré la vista atrás. Mi corazón llora...

de Paco Córdoba

PASEO POR LA ALMEDINA CORDOBESA

Si quieres acompañarme en mi paseo debes limpiar tus babuchas y cubrirte con tus mejores ropas pues ya te dije que debo ir a Medinat al-Zahra.
Desde aquí tendremos que atravesar la larga calle del zoco y pasaremos cerca de los bazares de la Alcaicería, lindando con la gran Aljama, donde compraré unas sedas para mi hija Aixa. Allí siempre son de fiar pues hay un almotacén controlando pesos y medidas. Quiero evitar el jaleo de los funduq y las calles atestadas de mercaderes chillones, mujeres presumidas, soldados y mendigos….
Vamos. Date prisa y wa sha´Allah, no nos llueva.
Como me temía, a esta hora la ciudad bulle. Toda la gente está en la calle. Observa la cantidad de gente que mira el Río Grande crecido. Algunos molinos han sufrido graves daños. Entraremos a la Almedina vieja por ese arco de la muralla. El callejón que hemos dejado a la derecha es de los alfayates, pero no me fío de ellos porque aquí al lado esta el Zaqatín de los ropavejeros y la ropa usada te la dan como nueva.
Detrás de ellos, por aquella zona andan los drogueros y esparteros. Evitemos el barrio de los curtidores pues sus olores no los aguanto. Cierto que elaboran cordobanes de merecida fama pero créeme que esos olores y tanta mosca no lo soporto...
Fíjate sin embargo qué diferencia al andar por esta calle. ¿A qué huele?.... ¡A granos y especias, amigo mío! Son la alegría de las comidas y despiertan nuestros paladares. Nunca entenderé la insípida comida de leoneses, castellanos y vascones. Debemos estar cerca de la Alhóndiga. Aquí es. Asómate: mira que sabia disposición de las tiendas en torno al patio cubierto con una vela para engañar al sol…
¡Cuidado.!....Apartémonos y dejemos pasar a esa vistosa y ruidosa comitiva con tambores, sacabuches y chirimías. Acompañan al gobernador de las tierras del Al-Garb que lindan con el Gran Océano y que vuelve de presentar cuentas ante nuestro califa. La mayoría de sus soldados son temibles. Son almogávares y diría que viven del saqueo en las fronteras, allá por las deshabitadas tierras del río Duero. Tienen mala fama. Los cordobeses no los desean dentro de la ciudad pues termina habiendo altercados entre distintos clanes y tribus o entre ellos y la guardia del Alcázar Califal. Pero son necesarios pues cada verano se organiza una aceifa para defendernos de los infieles. ¿Sabes que muchos de los que integran el ejército de nuestro señor son cristianos renegados?...
¡No me digas que ya estás cansado!... Debes comer menos jeringos. Sentémonos a tomar refrescante té con hierbabuena o menta. ¿O prefieres mejor un sorbete? Esas ruinas que ves allí abandonadas son de tiempos de los rumi. En general los cordobeses aprovechamos sus piedras. Al lado podremos sentarnos un rato.
No creo que a este paso pueda enseñarte la Ciudad de al-Zahra…. Por ese camino empedrado que bordea el cementerio, a unos 3 kilómetros, entre lujosos arrabales y almunias, se llega a sus puertas. Pero veo que prefieres descansar...

de Paco Córdoba

EL HIJO DEL MERCADER

Ha dejado de llover y me asomo a la azotea de mi casa del arrabal de Al-Ramla situado al este de Córdoba. Lo que veo es impresionante: las aguas del Wad el-Kébir bajan furiosas en una gran riada y han cubierto parte de la Al-Mozara, lugar de desfiles militares. El puente de los rumi resiste milagrosamente, y al barrio de la Axerquía lo defienden bien las murallas. Creo que esta primavera de 946 está resultando demasiado lluviosa...
Pero no me he presentado: Me llamo Idriss, soy andalusí. Mi linaje procede de Medina Bahiga. Tiempo atrás mi abuelo comerciaba con la famosa seda del pueblo. Pasado el tiempo la fama y calidad de sus telas hizo que los califas Alhaken I y luego Mohamed I lo llamaran para trabajar en la corte. Y aquí se trasladó e hizo fortuna.
Yo soy cordobés. Pude recibir estudios gracias a mi mente despierta y mi habilidad con las hierbas medicinales. Una vez curé a una esclava del harém y desde entonces trabajo junto con otros para la extensa familia de mi señor Abderramán III, nuestro califa, que lleva casi cincuenta años gobernando con acierto las tierras de nuestro pais Al-Andalus.
No me quejo. Sé que soy un afortunado. Vivo en una de las ciudades más grandes del mundo pues pocas superan nuestros 300.000 vecinos: solo Bagdad y Damasco. Aquí vivimos gentes de tres religiones: los más numerosos con diferencia somos los musulmanes (andalusíes, árabes y berebéres), por eso hay más de 100 mezquitas. También hay un barrio judío con sus sinagogas. Y los cristianos que viven entre nosotros, los mozárabes tienen incluso 5 iglesias y una pequeña catedral. Lo malo, como siempre, son los fanáticos...
Los familiares del califa y las gentes de dinero suelen vivir en almunias cercanas y algunos son auténticos palacios al pié de la sierra como Al-Rusafa.
Actualmente Córdoba tiene más 21 arrabales. Lo normal es que tengan el nombre del gremio o profesión que abunda en sus calles. Yo suelo pasear por el de los pasteleros y el de los alfareros, al norte. Mi hija Aixa prefiere el de los perfumistas, cercano al Alcázar. Las calles principales están todas empedradas y con iluminación. Y con fuentes y cientos de baños públicos y gratuitos, por la mañana los hombres y la tarde para las mujeres...
Se hace tarde. Ha salido el sol y debo acercarme a Medinat al-Zahra, donde reside mi señor. La gente dice que es curioso que el frío Abderramán, Príncipe de los Creyentes -hijo de una esclava vasca llamada Muzna- le haya puesto el nombre de una favorita al palacio que ha construido al noroeste de la capital. Todo esto son cotilleos de los bazares.
Cada vez que voy pienso que Medinat al-Zahra es ya un pueblo, con sus murallas, calles y su mezquita…. Ha costado miles de dinares. Pero me divierte la cara de pasmo que ponen los embajadores extranjeros cuando entran allí...
Iré andando con mi criado, un hijo de una navarra de palacio al que estoy enseñando y me ayuda a llevar algunas cosas. No creo que llueva más.
Tú, si quieres andar un poco, puedes acompañarme. Tardamos un par de horas. Tengo que comprar algunas cosas de camino y así te iré presentando conocidos y podrás ver algunas calles. Acompáñame.

de Paco Córdoba

EL RECAUDADOR

Estoy harto caminatas y de senderos cada vez más inseguros. Nada es como en tiempos antiguos, como cuando las calzadas estaban bien pavimentadas y con miliarios o mojones que señalaban distancias; eso unía ciudades y fomentaba el comercio. Hoy, la verdad, es que hasta las ciudades se despueblan debido a los impuestos y todo el mundo se echa al monte, en donde algo tendrá para vivir y donde nadie le pueda controlar para exigirle un impuesto. Bien se vé que en tiempos de los emperadores mi ciudad se extendía orgullosa extramuros y sin embargo ahora...
Soy natural de la villa de Iponuba, lugar semiabandonado ya y del que tuve que emigrar. Ahora trabajo para el muy cristiano duque Teodofredo, señor de la ciudad de Córdoba. Mi cometido es importante pues sin mi ayuda menguarían las arcas de mi señor… y peligraría mi vida. Con una reata de mulas y algunos soldados me acerco a cobrar los impuestos de sus tierras. Nunca viajo solo, no; hay familias de siervos que esconden sacos de grano o cántaras de aceite o gallinas que según lo estipulado deben entregarme para el duque y otras muy pobres que a veces se llegan a poner violentos...
Mi señor vive en el palacio. Es un recio edificio, de piedra labrada y base antigua, frente a la basílica de San Vicente. Puede que aquello fuera un antiguo templo o una construcción militar cercana a la puerta. Cuando mis mulas encaren el puente podrá verse al otro lado del río Betis pues sobresale por encima de las antiguas murallas. Más que palacio, a mi modesto entender, aquello parece castillo pues sus inquilinos no se fían de las frecuentes revueltas. Motivos tienen pues incluso se matan y envenenan entre ellos por motivos políticos y religiosos: que si Dios es uno, que si son dos, o tres, que si son unitarios, que si trinitarios, que si...
Así los cordobeses no sabemos a veces ni quién nos manda. Pero la verdad es que en sur de Hispania, aquí en la Bética, tragamos poco a los godos. Ellos dicen ser los únicos y legítimos herederos del Imperio Romano. No son gente muy numerosa pero ocupan los cargos más importantes del gobierno de la milicia y de las ciudades que, las más importantes suelen estar más al norte, en las frías llanuras de la meseta. Que yo recuerde, en tiempos de mi abuelo, Toledo era la capital y allí estuvo la corte de los reyes Leovigildo, Recaredo, Sisebuto...
Ya se han enterado Vds.: mi señor es godo; es decir, visigodo, un pueblo bárbaro que proviene del centro de Europa. Mi señor es también Obispo, pues pudo comprar el cargo gracias a los dineros de la familia de su mujer, la que según dicen, lo animó a asistir a varios Concilios en la capital, intentando imitar así al bueno de Osio, aquel obispo cordobés que estuvo en el Concilio de Nicea y hace ya más de un siglo llegó a consejero del Emperador de Bizancio, el de Constantinopla ...
Vean, vean cuánta gente espera audiencia a las puertas del Palacio Episcopal. Muchos son sacerdotes aunque no lo parezcan y buscan un destino en una parroquia más rica. Son las pocas, aunque se considera pobre la que tiene menos de diez esclavos a su costa. Créanme si le digo que algunos no conocen el Salterio, ni los cánticos ni los ritos del bautismo.
¡Ay! Estos son malos tiempos…

de Paco Córdoba

COMIDA FAMILIAR EN LA VILLA ROMANA

Ya saben Vds. que mi esposa es de ascendencia íbera pero quiere una casa, sí, pero una casa “romana”, como las gentes “importantes” de Corduba y para eso la nuestra debe de tener una forma determinada. Vale… paso por su forma de decorar el patio, columnas, mosaicos, pinturas, etc, etc. pero que sus inquilinos también “se deben a unas costumbres”... eso me pone de los nervios.
Yo soy de los que digo que para comer hay que comer y dejarse sus rituales. Mi agitada vida me ha enseñado a ser práctico. La comida, lo que tiene que estar es sabrosa. Igual dará hincar el diente en el comedor (triclinium) que en la cocina. Es mi lugar favorito donde tranquilamente, a la 7 de la mañana, tomo el dasayuno (tentáculum). Así aguanto hasta las 11, hora del bocadillo (merenda).
No entiendo que cuando vienen mis suegros a comer tengamos que ser tan formales invocando antes a los dioses familiares y ceñirnos en la frente una corona de laurel o de hiedra. Lo que logramos con tantas vueltas es que la comida se enfríe...
Y encima no puedo beber cuando me dá la gana, pues resulta que tenemos que nombrar tras una tirada de dados un árbitro de la bebida que decidirá cuándo y cuántas veces se bebe. Es injusto: mi cuñado no bebe, con lo cual, si le toca de árbitro casi no pruebo el buen vino de mi bodega. Y si le toca al borrachín de mi suegro resulta que se pasa la comida brindando, con lo que suelo terminar absolutamente ebrio...
Mi suegra disfruta y se demora saboreando los aperitivos (degustatio) y aprovecha para indicar a su querida hija que debo comer con la punta de los dedos como prueba de buena educación y buen gusto. Si ya el almuerzo (cena) comienza pasadas las 3 de la tarde cuando llegamos al plato fuerte (caputcenae) ya no tengo hambre y solo espero que quede algo de garum, o bien el postre (secundae mesae) para levantarme...
La sobremesa (comissatio) suele ser pesadísima pues es el momento que aprovechan mis cuñadas para recitar poemas o bien mi suegro para debatir de política conmigo. Yo me refugio en el vino caliente con pimienta y miel (mulsum) y mi mujer suele decirme que no discuta con su padre pues está mayor y padece del corazón...
Estos días suelen acabar mal. Hasta las 6 de la tarde, hora de la cena, no se van. Siempre tengo que mandar algún esclavo que ayude a llevar a mis cuñados borrachos hasta sus casas. Entonces me acerco hasta el altar de madera que hay a la entrada de mi casa (lararium) y doy gracias a los dioses que protegen mi familia por haber sobrevivido a otro almuerzo familiar.
Es entonces el momento de descansar y retirarme hasta mi alcoba...

de Paco Córdoba

LA VILLA DEL DIOS DEL SUEÑO

Poco a poco mi villa va tomando forma. La estoy ampliando con ayuda de los sestercios de mi suegro, que quiere lo mejor para su hija. Nunca soportó que se casara con un extranjero, un soldado “romano” nacido en las Galias. Como si él mismo, a pesar de su sangre y ascendencia indígena no fuera también un ciudadano del Imperio. Pero el me mira de arriba abajo y repite eso de: “Nosotros somos de Obulco, muchacho, de pura cepa íbera, pueblo antiquísimo” . Ya sé, ya sé.... y bien que me doy cuenta.
La villa la he pensado en torno a un peristilo, con sus columnas de piedra caliza, con un estanque de más de 5 metros y su fuente. Mi esposa quiere decorar todas las paredes con pinturas de colores verdes y rosas y enlosar el suelo con tégulas y decorar el patio. Ella repite: “Lucío, querido: Con esculturas como las casas de la capital”. Yo le digo que cómo sabe como son, si nunca ha ido a Corduba, o a Hispalis. o a Emérita… Y ella dice que su padre le cuenta….
Yo le digo que no tenga tantos aires, que esto es un rincón de la Bética. Y que lo que tenemos más cerca de aquí, sobre una colina amurallada, es el antiquísimo pueblo de Ipolcobulca, que muy antiguo, sí, pero sus calles no tienen más de 2 metros de ancho, y no son como en la Galia. Y entonces ella se va y me habla de Egabro, donde vive una prima suya. O de la íbera Osstipo, que luchó heroicamente contra los primeros romanos y murió hasta el gato....Y sabe que entonces es cuando logra enfadarme.
Lo que yo quiero, después de la agitada vida que he llevado es comer en condiciones, descansar, dormir tranquilamente. Me encanta dormir. Mi esposa no sabe que he mandado forjar en bronce una estatua del dios del Sueño, un Hypnos, que colocaré en mitad del patio diga ella lo que diga…. Y viviré como un César.
Creo que me lo merezco. Después de años de destino en las legiones más apartadas, luchando contra los bárbaros en el limes o frontera de Germania, o de Dacia, o en las montañas contra los cántabros aquí en Hispania. Un golpe de suerte hizo que, cuando estaba destinado en la Legio VII Gémina cayera en mis manos cierta cantidad de oro de las minas cercanas a Astúrica, esas en las que usaba la técnica de tirar montes abajo con ayuda del agua...
Pedí la licencia y anduve de aquí para allá. En Gades, que presume de ser la primera ciudad de occidente fundada por fenicios, trabajé como socio de una familia de renombre, los Balbo, que tenían almadrabas por Baelo Claudia. Poco después viví en Carmo, bonita y rica ciudad bien amurallada desde tiempos antiguos…
Y allí conocí al que ahora es mi suegro en el mercado de trigo. Le caí simpático y semanas después me presentó a su hija: mi esposa, ésta que ahora no comprende que una villa no es un palacio, sino una casa en el campo, con tierras cercanas que labrar y cuidar, con algunas docenas de siervos que atender y que ya es todo un lujo que tengamos siete esclavos pues a toda esa gente hay que alimentar y…
Y… con tanto cambio y trajín, mi villa sin terminar.

de Paco Córdoba

LA HERENCIA

Querido hijo:
Cuando leas esto ya estaré reunido con mis manes que son mis antepasados. Y ya se habrá leído también el panegírico de mi vida en mi funeral. Quiera Júpiter, padre de todos los dioses, que tengas una vida mucho más tranquila que la que yo tuve.
Ya sé que poco te dejo: apenas una toga por vestido y una habitación donde dormir en una ínsula o casa de alquiler cerca de la calle que va de Este a Oeste y que llamamos Decumano. Acuérdate de hacer alguna ofrenda en mi nombre a los dioses lares o familiares que protegen la entrada tu casa y alejen así los malos espíritus...
Bien sabe la diosa Minerva por su sabiduría que hubiera deseado heredaras lo menos una villa con termas y todo. No ha sido así y bien que lo siento. Confórmate que al menos seas un ciudadano libre y no uno de los 200.000 mendigos que deben pulular por Roma o de los millones de esclavos que posee su Imperio.
Te dejo mi bien más preciado: un martillo, un escoplo, una escuadra, el compás y mi vara de medir. Con ellos me he ganado la vida, mi prestigio y mi libertad.
Hijo mío, tu padre nació lejos del mar, en un pueblecito de la Bética llamado Ipolcobulca, cercano a Iliturgícola. Era apenas cien casas en lo alto de una colina amurallada que bordeaba un arroyo, a unos 390 estadios de Corduba. Mi abuelo materno era natural de la íbera Tucci, donde una vez se refugió el famoso caudillo lusitano Viriato y del que narraba sus historias y aventuras. Mientras fuí impúber, hasta los 14 años, no salí de mi pueblo y sus alrededores pues trabajé los campos de los patricios.
Mi vida se torció cuando por una pequeña falta, que no viene al caso, un pretor condenó por una suma no muy alta a mi familia. Pero pocos ases, denarios o sestercios había en casa -por no decir ninguno- y así mis padres se vieron obligados a ofrecerme como trueque de parte de la condena: me dieron de esclavo.
Y entonces ví el mar por primera vez y supe de su dios Neptuno. Fui destinado a Cartago Nova. Durante meses mi casa fué un barco, una trirreme romana con dos filas de 26 bancos que hacía la ruta entre Hispania y Ostia, el puerto de Roma. Los galeotes, la chusma de esclavos éramos la fuerza del barco con los remos de 12 metros y casi 130 kilos. Estábamos al aire libre y dormíamos cuatro o cinco por banco. La ración diaria eran galletas y habas crudas con oleum. Como premio alguna vez nos daban vino. Y siempre temiendo a los latigazos del comitre o jefe que vigilaba el ritmo de la boga no decayera... o que nuestra trirreme sufriera un abordaje.
Aunque casi sin dientes, sobreviví a parásitos más gordos que habas y tras pagar la deuda contraída trabajé de picapedrero. Luego en la construcción de cloacas, calzadas, puentes y acueductos por toda Hispania. Mi habilidad con los cálculos matemáticos y mi ingenio hicieron fuera respetado en mi trabajo.
Nada más, el resto de mi vida, junto a tu madre, ya la conoces.... Mi quebrada salud me hace pensar que no llegaré ni a los cercanos 47 años.

Recibe un último abrazo de este que fue tu padre.

de Paco Córdoba

NAVEGANTES

Volvemos a nuestro hogar después de casi tres años. Poco a poco mi memoria reconoce el perfil de estas costas. Mi barco es grande pues desde la alta proa hasta la popa mide unos 8 metros y tiene algo más de 2 metros de ancho. Ahora surca alegre las aguas próximas a las Columnas de Melkart, las que los helenos llaman de Hércules.
Ayer dejamos atrás a Mainake. Pronto avistaré Gádir, ciudad rodeada de pequeñas islas fundada por fenicios, nuestros amigos y vecinos, que se dicen cananeos. Mas adelante, a unos 500 estadios de ella –a tan solo dos jornadas- aparecerá en el horizonte mi ciudad, Tartessos, la más rica y antigua de occidente, construida en una isla entre el mar y el lago que forma la desembocadura de nuestro río. Es también cabeza de un reino que se extiende por su valle, aguas arriba. Somos un pueblo de expertos navegantes desde lejanos tiempos.
Cuando siento cercana la tierra de mis antepasados siempre pienso que será mi último viaje pues cada día está el comercio más difícil. Pero sé que estas naves de Tarsis son la garantía de nuestro pueblo...Bien sé que cuando Tartessos no tenga naves, desaparecerá.
Esta vez vengo desde el extremo oriental de este mar que dominaron los griegos y nuestros vecinos los fenicios. Me siento pesimista. Aquellas aguas están más revueltas que de costumbre para unos pacíficos comerciantes como nosotros...
Bueno, la verdad es que ni la tripulación ni yo nos quejamos pues este viaje es, con todo, más seguro que el de trasponer hasta las Islas Casetérides a por estaño cosa tan necesaria para el bronce. Y eso surcando las aguas del Océano Tenebroso durante semanas, costeando más arriba de Olissipo. Y encima solo desembarcando para dormir... Y vaya clima: todo son brumas y fríos incluso en pleno verano, y...
Cierto que es todo un negocio, pero no es raro que tengamos que embarrancar o hundir nuestra nave de 20 metros si nos vemos seguidos de otra pues otros pueblos desean averiguar de dónde lo obtenemos. Y mira que inventamos peligros: que si corrientes, que si monstruos, que si caemos al otro lado del mundo...
Pero siento que a este negocio le queda poco. Me huele que tarde o temprano los púnicos se acercarán por nuestra costa. También saben de metales preciosos... Cuando mi barco pase cerca del santuario de la Luz Divina consultaremos a su oráculo sobre mis temores…
Los tartesios somos un pueblo viejo y sabio. Comerciamos con casi todo lo que podemos intercambiar. Ya sé que muchos nos tachan de intermediarios. Cierto, pero somos imprescindibles para otros grandes pueblos que temen o ignoran el arte de navegar. Y nuestro reino, aunque más pequeño en comparación con otros, crece y se puede comparar con los más avanzados pues tenemos un alfabeto propio, riquezas, dioses, oráculos y, naturalmente copiamos todo los que podemos de otros imperios orientales pues somos para ellos la llave de este lado del mar… por ahora.
¿Qué ven mis ojos? ¿Qué es aquello? Pueblos costeros arden. Mis compañeros creen divisar a lo lejos velas de las temidas naves cartaginesas. ¡Ay! los malos augurios se cumplen….Presiento que nuestro fin como pueblo ahora ha llegado.

de Paco Córdoba

APRENDIZ DE ADIVINO

Levántate ya, muchacho, que pronto amanecerá y sujeta a tu nervioso perro, que de tan gordo más parece un cerdo. Me duelen todos los huesos. Creo que no debimos quedarnos a dormir aquí pero ayer estaba el sendero de Ipolcobúlcula lleno de barro y mucho me pesan los treinta años. 
No te rías, desgraciado...
Hoy he soñado con un acogedor fuego y un poco de carne con manteca que calme mi hambre. Con suerte, tras esa nava veremos Licabrum y al fondo el heroico pueblo de Astapa, donde auguro que la fortuna nos será propicia...
Espabila. Y lávate un poco, pues parece mentira que seas hijo de mi buen amigo Búdar, el más célebre adivino, de puro linaje turdetano, que vivía en las riberas del río que unos llaman Betis y otros Perkes, en la colina de Kortuba...
Recuerda que cuando un adivino se aproxima a un poblado debe hacerlo dignamente y luego hablar poco, pero con voz grave y lleno de seguridad, si es que luego deseas contar monedas o catar un buen pedazo de carne en vez de las alcachofas, setas o hierbas que encuentras en el camino.A propósito de hablar: espero que cuando nos presentemos en la ciudad no vayas a soltar ninguna palabra en latín, como es moda entre los jóvenes. Un adivino debe saber expresarse en el idioma de sus antepasados. Eso impresiona a la gente. Ya sé que poco a poco nuestra lengua íbera se vá perdiendo por culpa de los invasores extranjeros.
Recoge las cosas, ten los pequeños exvotos a mano y no guardes aún la falcata pues esos montes de encinas están poblados de alimañas. Y recuerda que no debes de pedir menos de dos monedas romanas por una terracota. O cuatro si son de bronce. Pero asegúrate que no llevan la inscripción de una espiga, o un arado o bien un yugo, pues son íberas y casi no valen nada fuera de estas tierras. Espabila, te digo...
Bordearemos aquella montaña sagrada que ves entre nubes a tu derecha pues es un santuario muy venerado por nuestros antepasados en honor a la diosa de la fertilidad. Estos montes siempre fueron frontera entre las ricas tierras cultivadas de la campiña y las ganaderas de las sierras.
Seguro que alguien nos observa desde esas atalayas: algún legionario romano. Es raro no habernos cruzado con alguna patrulla, claro que solo vigilan las nuevas calzadas de piedra y este camino es antiguo... Algunos de esos torreones fueron construidos por los púnicos que llaman cartagineses, enemigos de los romanos.
Eres un jovenzuelo ignorante. Esas atalayas les llaman las torres de Aníbal, pues así se llamaba el general cartaginés que las mandó edificar, para proteger el camino por donde transitaban las caravanas de mulos cargados de plomo y de hierro, entre las minas oretanas de Cástulo y la ciudad libio-fenicia Mainake. Por cierto ¿sabías que la esposa de Aníbal era de linaje íbero? Era de Cástulo, zoquete... ¿No recuerdas acaso dónde estuviste hace cuatro lunas conmigo?
Te digo que las luchas entre cartagineses y romanos arruinaron Iberia. Las diferentes tribus de los íberos se aliaron con unos o con otros según conveniencia... No sé para qué le cuento esto a un.....un… ignorante. ¡Eres un ignorante! ¡Levanta y espabila!...

de Paco Córdoba

jueves, 6 de marzo de 2008

RAYO DE LUZ

Se removió inquieta. Apenas había logrado dormir pensando. Le llegaba el murmullo del cercano río que discurre un poco más abajo de la cueva, encajonado entre riscos de Las Angosturas. Todavía no había llegado la Larga Luz con el día que todo ilumina y llena de vida. Pese a todo, en aquel rincón que le habían asignado en la gran cueva, se estaba bien. Las llamas de la fogata ardían a la entrada dando calor y ahuyentaban las alimañas...
Es joven, aunque no sabe exactamente cuántas lunas ha visto. Posiblemente no más de 150. Había nacido en la época del Largo Frío, en invierno, y milagrosamente había sobrevivido. Le cuentan que, justo cuando salió del vientre de su madre, acabó la tormenta y una fina línea de luz traspasó las nubes del horizonte. Por eso empezaron a llamarla así.
Como es muy morena tiene el largo pelo recogido en una trenza con ayuda de un pequeño hueso de conejo. Es muy ágil y espigada, cosa esto último que no le gusta. Es alta, tanto que una vez midió la huella dejada en la arena del suelo y contó cuatro pies y medio. Pronto deberá ser madre pues ello significa más manos para ayudar y defender la tribu. Ya le ha echado el ojo a Lanzahuesos, pero el muchacho no le hace ni caso... Igual daba, pues en la cercana Cueva de los Mármoles habrá quien quiera desposarla; ella desea tener unos pequeños a quien, cuidar y enseñar los nombres de las cosas...
En estas cosas está pensando, acurrucada bajo pieles de oveja que le cosió su madre hace dos lunas, poco antes que repentinamente enfermara y muriera. El Chamán, el brujo de la tribu, convocó a los espíritus del día y de la noche y pidió le dieran cobijo. La enterraron bajo las grandes piedras del dolmen del llano, el lugar de sus ancestros. Nadie lloró; saben que es ley de vida y están acostumbrados pues conviven con la muerte y los espíritus dibujados muy al fondo de la cueva. Además, todos son su familia.
Y su familia es numerosa. La tribu es de las más grandes de la zona y ello empieza a crear problemas pues a veces no hay comida para tanta gente. Son ya 42 los individuos que viven en la cueva y sonríe al recordar que los niños la llaman cariñosamente Abrigo de la Murcielaguina, pues en los techos del fondo suelen dormir estos animales. El nombre enfada a los mayores, en especial a los dos más viejos, que son Liebre que Salta con 236 lunas y Ojo Nublado con 224. Dicen que eso es poco serio y que enfadará a los espíritus de nuestros antepasados. Son dos viejos cascarrabias que se pasan el día al fuego y que no pueden cazar, pero que todos respetan. Ella intuye que pronto morirán...
Al primero apenas se le entiende pues en su boca solo hay dos dientes y no anda pues aunque era muy ágil de muchacho, ahora está artrítico, tiene una pierna fracturada. Pero sabe muchos trucos. En cuando al otro, es tuerto desde pequeño debido a una pedrada y tiene el párpado cosido, cosa que la pone nerviosa... pero al calor del fuego narra historias increíbles que la hacen soñar...
El humo que asciende del fuego de excrementos y matojos vá debilitándose. Se levanta para preparar al fuego un rico caldo en la gran olla de cerámica decorada. Un chiquillo llora pidiendo pecho. La tribu despierta. La Larga Luz sale. Comienza un nuevo día..

de Paco Córdoba